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Educar al pueblo para vencer a los déspotas

  • Foto del escritor: Francisco M. Sánchez Jáuregui
    Francisco M. Sánchez Jáuregui
  • 27 ago 2024
  • 4 Min. de lectura

Cuántas universidades católicas de apellido «popular» son todo menos accesibles al pueblo. Están orgullosas de formar a los hijos de las élites, en lugar de formar una élite de hombres y mujeres del pueblo que dirija los destinos del país con principios firmes y buscando el bien común.

Opinión | Libres

28 de agosto de 2024.- Para aquellos que somos padres, estos días de agosto son de una turbulencia especial. Los gastos derivados del comienzo del nuevo ciclo escolar ahogan la economía familiar, da igual si los hijos van a una escuela del Estado o una privada. Libros, cuadernos, uniformes, zapatos, mochila, todo tipo de artículos escolares a los que últimamente se suman artículos de higiene personal, limpieza general y hasta plataformas informáticas que prometen una innovación tras otra. No hay cartera que soporte estas cargas.


De los materiales ni hablar, aquellos contenidos que fueron tan denunciados al inicio del pasado ciclo escolar hoy son repartidos a diestra y siniestra por las autoridades educativas como si nada hubiera pasado, como si los jueces no hubieran declarado ilegales los materiales y ordenado detener su distribución. En Jalisco, donde el gobernador Enrique Alfaro salió con su estilo estridente a presumir su negativa de distribuir los famosos libros, no tardó en desdecirse y los entregó sumisamente. Recrea no era suficiente como dijeron siempre. Si alguna resistencia hubo el ciclo anterior para aceptar la nueva escuela mexicana, hoy nada queda.


Los padres que inscriben a sus hijos en la escuela pública tienen que sortear los procesos de selección de los alumnos en las sedes educativas, si no alcanzó el cupo habrá que moverse y asumir los costos económicos y de tiempo de un transporte público caro, lento e inseguro. Tendrán que lidiar con las deficiencias de las instalaciones, las carencias de los recursos didácticos y la complejidad de organizar una comunidad educativa que tiende a alejar a los padres para que todo quede entre el niño y el Estado.


Los que pueden inscribir a sus hijos en la escuela privada tampoco la tienen fácil. Primero, porque los que dirigen escuelas privadas, muchas de ellas católicas, parecen olvidar que lo que empuja a una familia a elegir una escuela para sus hijos no es el elitismo y la presunción económica, al menos no a la mayoría de ella, sino que están haciendo lo imposible por eludir esa educación de Estado impregnada de ideologías venenosas sacrificando buena parte del ingreso familiar. Con todo y eso, hoy la escuela privada no es garantía de que las ideas parasitarias no se enseñen en sus aulas y, además, ha perdido esa vocación popular y social que le convirtió en la principal amenaza para el político autoritario. Educar al pueblo para vencer a los déspotas.


Quizá hago un juicio injusto, pero me atrevo a afirmar que se está perdiendo la sensibilidad que caracterizó a muchas iniciativas de educación privada de ofrecer a las familias una alternativa a la educación que imparte el Estado. Entre otras cosas, la escuela privada se organizó para preservar las conciencias, para coadyuvar con los padres, para sostener un orden social cristiano, o por lo menos, un orden social. Pareciera que las escuelas privadas han priorizado los negocios, las rentas, las comisiones de las editoriales, las ganancias en las tienditas, los uniformes y una larga lista de gastos inútiles forzados. Todo esto sería entendible si los profesores de las escuelas privadas gozaran de condiciones laborales justas, conforme a los principios de la sociología cristiana, pero tenemos que reconocer con vergüenza que, en eso, la educación privada queda a deber a los maestros, a sus familias, a los padres y, sobre todo, a los niños. La justicia laboral del sector magisterial público es una conquista de los sindicatos oficialistas que mucha falta hace a los trabajadores de la educación privada que padecen el despotismo de quienes deberían ser ejemplares en el reconocimiento de los derechos del trabajador.

Hoy la escuela privada no es garantía de que las ideas parasitarias no se enseñen en sus aulas y, además, ha perdido esa vocación popular y social que le convirtió en la principal amenaza para el político autoritario. Educar al pueblo para vencer a los déspotas.

Unas cuantas obras educativas subsidiadas quedan en las sierras, en las parroquias o en los pueblos. La educación privada es cada vez más cara y difícil de sostener para muchas familias, ya no digamos en la educación superior, en la que las universidades católicas se distinguen por ser las más onerosas y elitistas. Las universidades públicas propagan una generación tras otra ideologías trasnochadas y modernas, van ganando las conciencias de amplios sectores populares que terminarán asumiendo las ideas revolucionarias que ahí se enseñan, mientras que en las universidades privadas el enfoque es la rentabilidad, el mérito, la innovación y el liderazgo, intereses de élites económicas. Cuántas universidades católicas de apellido «popular» son todo menos accesibles al pueblo. Están orgullosas de formar a los hijos de las élites, en lugar de formar una élite de hombres y mujeres del pueblo que dirija los destinos del país con principios firmes y buscando el bien común.


Si queremos cambiar a México habrá que replantearnos la tarea educativa. La educación que imparte el Estado a nadie engaña, está al servicio de las élites del poder político para adoctrinar al pueblo. Claro que hay muchos maestros en el sector de la educación pública que se niegan a renunciar a su responsabilidad pública y social y no se prestan a la perversión de la educación pública y ellos, sin hacer mucho ruido, cumplen con su función social buscando con eso aportar al progreso de los mexicanos.


Pero, la educación privada, esa que esperamos haga un contrapeso real al adoctrinamiento gubernamental, esa que organiza el pueblo a través de hombres y mujeres rectos que coadyuvan con los padres a educar a sus hijos bajo los mismos principios y valores que profesan, esa educación tiene que volver a ser popular.  Si es que un día queremos revertir ese proceso que Calles llamó la «revolución psicológica» y que se propuso arrebatar a los padres la potestad sobre sus hijos, hemos de recuperar la vocación social y popular de la educación privada para formar a los hijos del pueblo, la nueva generación de hombres y mujeres virtuosos que dirija los destinos de México con justicia y rectitud.



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